Entrevistas a Diego Galaz
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Violinista de vocación, ¿desde cuándo? Empecé en el conservatorio de Burgos a los seis años. Sabía que quería ser violinista, era una obsesión absoluta. Pero la enseñanza entonces era muy mala y dejé el violín, hasta que tuve la suerte de que la número uno, Isabel Vila, llegó a Burgos. Me incentivó, y me animó no solo a tocar clásico, sino a tocar otros tipos de música. A través de discos y videos encontré la manera de no dejar el violín por no querer tocar clásico.
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¿No te gustaba el clásico? Me apasiona la música clásica y admiro a los violinistas de clásico, pero no quería invertir todo ese tiempo en ese resultado, no me llenaba. Iba a dejar el violín cuando descubrí a otro tipo de violinistas de música popular. Me di cuenta de que podía hacer mi camino musical a través de los discos, tocar música popular con mi instrumento.
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¿Tenías algún violinista de referencia? Tenía a los clásicos. Luego empecé a descubrir a Stuff Smith, Stéphane Grapelli, los violines de Agustín Lara, Edith Piaff… Ahí me di cuenta de que era eso lo que quería hacer. Entonces era el boom de la mal llamada música celta, y empecé a engancharme a eso, a ver que el violín podía ser un instrumento popular. De hecho lo era, aunque en España no. Ahí empezó el arduo camino de buscarme la vida para encontrar mi estilo y poder tocar otro tipo de músicas.
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¿Cuándo decides dejar tu tierra para probar suerte en Madrid? Llevaba varios años tocando la guitarra, tocaba con bandas de mi ciudad, de música folk, cantautores, funk… Y me tiré a la piscina. Vine a Madrid y no había demanda de violinistas, había muy pocos grupos que llevaban violín, pero también la ventaja de que había poca gente que lo hiciera. En esa época, más que ahora incluso, en Madrid se podía vivir de la música. Al principio no sabía cómo, porque yo no tenía título, no sabía si alguna banda me iba a contratar… Pero tenía la seguridad de que iba a pasar algo. Entonces era el boom de los bares irlandeses, y si entrabas en una banda de música irlandesa sobrevivías, y te volvías alcohólico, porque te pagaban cinco mil pesetas y todas las cervezas Guiness del mundo [risas].
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¿Cuándo abandonas esas bandas y das el siguiente paso? Hay un momento en el que me llama La Cabra Mecánica, me hago miembro de la banda y grabo con ellos. Fue mi etapa más popera, para mí es uno de los grupos más interesantes de ese estilo, por las letras y la música que hace. También por circunstancias entré en Revólver. Carlos Goñi me había escuchado en los discos de La Cabra, su pianista le habló de un violinista, y el acordeonista de otro violinista, pero resultó que en los tres casos ¡era yo! Me dio la oportunidad de hacer una prueba, y luego hice con Revólver la gira del “Básico 2”. Empecé con la gira “A solas”, en algún concierto más en acústico, y luego empezamos con la gira de verano.
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Y al final ganó la parte artística. Y las ganas de ser más feliz. Las giras son muy divertidas: tocas con alguien conocido, te pagan bien… Hay algo que lo hace atractivo, pero que está alejado del planteamiento musical. Ahora mismo no cambio un concierto en un polideportivo lleno con un artista por un concierto en una plaza con mi proyecto. Además, cuando uno se dedica a su proyecto, económicamente es más rentable. De todas formas esto lo cuento desde el cariño, yo hago lo que hago gracias a Revólver, Drexler, Pasión Vega… Me he hecho artista en los escenarios junto a ellos, he aprendido muchísimo. Lo digo desde el agradecimiento absoluto, si no, no estaría haciendo lo que hago ahora.
Lucía R.